Un estudio revela que el cerebro nos oculta información para evitar errores
Cuando notamos que un mosquito se posa en nuestro antebrazo, localizamos su posición exacta con la mirada e intentamos aplastarlo o ahuyentarlo rápidamente, a fin de evitar su picadura. Esta reacción, aparentemente simple e inmediata, implica un proceso mental mucho más complejo de lo que parece. Requiere que el cerebro alinee la sensación táctil que recibimos en la piel con la información espacial sobre nuestro entorno y nuestra postura. El curso temporal de este proceso y los conflictos que plantea la coexistencia de distintos mapas espaciales a nivel cerebral han sido desvelados por primera vez en un estudio del Grup de Recerca en Neurociència Cognitiva (GRNC), adscrito al Parc Científic de Barcelona, que han llevado a cabo los investigadores Salvador Soto-Faraco y Elena Azañón. El trabajo se publica hoy, 10 de julio, en la edición electrónica de la revista Current Biology y el 22 de julio en la edición impresa (doi:10.1016/j.cub.2008.06.045).
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«El principal hallazgo de este estudio es que ha permitido confirmar que las sensaciones táctiles se localizan inicialmente de forma inconsciente a nivel anatómico, y sólo se toma conciencia de ellas cuando el cerebro ha formado la imagen de su origen en el espacio externo al cuerpo», explica Salvador Soto-Faraco. La coexistencia de diversas representaciones espaciales a nivel cerebral era algo que se conocía hace tiempo, y también se sabía que ese hecho podía crear confusión en algunos casos, como ocurre cuando invertimos la posición anatómica de algunas partes de nuestro cuerpo (por ejemplo, al cruzar los brazos). «Es un problema que el cerebro resuelve rápidamente en cuestión de décimas de segundo, pero que requiere compatibilizar la información que llega en formatos muy distintos», añade Soto-Faraco. «Nuestra investigación ha permitido conocer mejor cómo se desarrolla ese proceso y cómo el cerebro gestiona el reajuste en caso de conflicto», concluye.
Para averiguar cuánto tarda el cerebro en realinear estas representaciones espaciales, el equipo del GRNC ideó una metodología específica, que permitía medir, de manera indirecta, la localización de una sensación táctil en la piel. Para ello evaluó el tiempo de respuesta a un breve estímulo visual –un flash producido mediante un diodo (LED) –presentado cerca de una de las manos del observador. Los investigadores compararon el tiempo de reacción al flash cuando aparecía cerca de la mano donde el observador había recibido previamente un estímulo táctil, con el tiempo de reacción al mismo flash cuando aparecía cerca de la mano contraria.
En el estudio principal, se pidió a los participantes –un grupo de 32 estudiantes universitarios– que cruzasen sus brazos sobre una mesa, de manera que la mano derecha estuviera situada en el campo visual izquierdo, y viceversa, a fin de conseguir que la posición externa de las manos no coincidiera con su posición anatómica.
«Los resultados de este estudio han permitido conocer más a fondo cómo se localiza la información táctil y sugieren que nuestro cerebro evita las confusiones entre los distintos marcos de referencia espacial de los que dispone manteniendo la parte inicial del procesamiento por debajo del umbral de la conciencia» –explica Soto-Faraco– «Para explicarlo de forma sencilla, se podría decir que este sistema de transformación espacial trabaja de manera similar a cuando tomamos notas de forma rápida y esquemática, y, después, las pasamos a un formato definitivo, desechando el borrador original», concluye.